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Hugo Chavez: el David Copperfield venezolano

Por Daniel Romero Pernalete (*)

17.07.05 | David Copperfield debe buena parte de su fama a su capacidad para hacer desaparecer cosas, sin importar su tamaño. Puede ser una moneda o la mismísima Estatua de la Libertad. Los actos ilusionistas de Copperfield, sin embargo, palidecen frente a las hazañas de Hugo Chávez Frías. Un breve paseo por las primeras planas de los periódicos venezolanos da sustento a lo que llevo dicho. Chávez no desaparece estatuas, pero sí otras cosas: empresas, instituciones, voluntades o esperanzas. Y se ha llevado un poco más de tiempo: seis años. Lo peor es que, a diferencia de Copperfield, las desapariciones no son reversibles. Por lo menos mientras el mago venezolano siga en el escenario.

En seis años Hugo Chávez hizo desaparecer a PDVSA de la lista de empresas más grandes del mundo. Después de ocupar el puesto 76, no aparece entre las 500 del ranking de la revista Fortune, guía financiera para todo el mundo. No era para menos. De ser una empresa prestigiosa y rentable, PDVSA pasó a ser la alcancía que financia los delirios calenturientos del dictador constitucional. Más aún, pasó a ser una especie de botín de guerra para las facciones que se enquistaron en la cúpula de la empresa petrolera. Las denuncias del diputado Julio Montoya hielan la sangre. Paran los pelos. Alborotan la bilis. Nepotismo, corrupción e ineficiencia parecen darse la mano en ese festín de zamuros.

En seis años Hugo Chávez hizo desaparecer a Venezuela del concierto de las naciones efectivamente democráticas del continente. Diálogo Interamericano, importante centro de discusión sobre Latinoamérica, se resiste a calificar a Venezuela como democrática. Razones hay de sobra: la clausura de la tolerancia política, el acoso contra la disidencia, el irrespeto a los derechos ciudadanos, el secuestro de la autonomía de los poderes públicos, la perversión de los mecanismos judiciales, la siembra del odio entre venezolanos, el manejo indecente de la cosa pública y unos mecanismos electorales que provocan asco y risa.

En seis años Hugo Chávez hizo desaparecer el entusiasmo por elegir. Su mañoso, inconstitucional e ilegítimo arbitro electoral se ha encargado de hacerlo. Allí está como muestra el gigantesco fraude electoral que mantuvo formalmente a Chávez en el poder. Y la tramposa elaboración del Registro Electoral para los procesos eleccionarios por venir. Y las votaciones, conteos y totalizaciones automatizados en las irresponsables manos de un CNE absolutamente entregado a los caprichos de Chávez. O la anulación del secreto del voto mediante el uso de los cuestionados cuadernos electrónicos... Todo ello alimenta el desánimo. Agréguese a esto la manía centralizadora del Caudillo, que ha convertido a los poderes locales en parapetos sin vida, y se hará comprensible el fenómeno de la abstención espontánea.

En seis años Chávez hizo desaparecer la Fuerza Armada institucional, guardiana de la soberanía. La convirtió en un cuerpo a su exclusivo servicio. Compró encachuchadas voluntades. A unos les dio. A otros los puso donde había. Y de pronto más de un oficialote descubrió que debajo del uniforme se ocultaba un revolucionario socialista que estaba dormido. Me imagino que lo despertó el olor del billete. Los que resistieron con dignidad fueron puestos de lado. O perseguidos. Ahora no cuentan los méritos, sino las dimensiones de las callosidades que adornan las manos aferradas al mecate.

En seis años Chávez hizo desaparecer las esperanzas de redención de los venezolanos de menores recursos. El empleo productivo se contrajo con las inversiones. Chávez lo cambió por la dádiva deshonrosa. O por empleos improductivos en los distintos niveles del Estado, donde el bozal de arepa es más eficiente. La deuda social acumulada, con la cual acostumbran hacer gárgaras Chávez y sus monaguillos, la están pagando con moneda falsa: con misiones tramposas. Con estudios incompletos y graduaciones express. Con médicos sin credenciales traídos de otras dictaduras. Con otorgamiento de viviendas que no existen. Con conucos que no garantizan futuro. Mientras Chávez gobierne, los pobres seguirán siendo pobres. Chávez no acabará con la pobreza. Porque ha aprendido a mantenerse en el poder manipulando las ilusiones de los desheredados. Ya lo decía Nietzsche: quien vive de combatir a un enemigo tiene interés en dejarlo con vida.

(*) Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente



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