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Hugo Chávez: El rey del petróleo

Por Mery Mogollón | Descifrado.com

[30-08-2005 9:08 am] Agosto fue un mes de muchas noticias en torno a la industria petrolera y la política petrolera venezolana. PDVSA presentó al fin algunas cifras oficiales de los resultados del 2003; el Gobierno firmó nuevos acuerdos para vender petróleo con asombrosos subsidios a largo plazo y se dio a conocer el plan “siembra del petróleo” que supuestamente será el eje de la estrategia petrolera en los próximos 25 años. Harían falta varias páginas y varios analistas para desmenuzar y entender toda la verborrea petrolera de los últimos días.

También agosto fue el mes en el cual se triplicó el precio del petróleo venezolano. El precio del barril ha pasado de 20 a casi 60 dólares entre enero del 2001 y lo que va del 2005. Esta circunstancia ha consolidado un nuevo reino del petróleo, en un pequeño país llamado Venezuela, el cual hasta hace unos meses sólo era visto como una curiosidad dentro de la gama multicolor de la política latinoamericana.

El gobernante de este pequeño pero poderoso reino, gracias a los elevados precios del petróleo, decía en 1998 que era preferible producir 2 millones de barriles a 20 dólares que 4 millones a 10 dólares. Una vez en el poder, ejecutó al pie de la letra ese pensamiento. Es precisamente en ese nivel en el cual se ha mantenido hasta ahora la producción petrolera venezolana, al menos la que depende de PDVSA sumada con los convenios operativos. No importa cuántos planes de negocios presente PDVSA, la producción venezolana ya ha alcanzado el tope conveniente para los objetivos del gobierno.

Por supuesto, el gobernante se adjudicó por varios años la proeza mundial de subir los precios del petróleo y en parte ha tenido razón. Aunque la producción venezolana es apenas una pequeña parte del consumo mundial de petróleo, que hoy supera los 80 millones de barriles diarios, detener con tanta eficiencia el plan de crecimiento de PDVSA ha sido una política exitosa a mediano plazo. Esos 3 millones de barriles adicionales que supuestamente iba a producir Venezuela para esta fecha, para completar un volumen de 6 millones de barriles diarios, hacen mucha falta para equilibrar la oferta y la demanda mundial y, por supuesto, para moderar los precios. No hace falta adivinar el profundo agradecimiento que sienten hacia Venezuela todos los países productores de petróleo, OPEP y no OPEP, cuya producción no ha parado de crecer. Definitivamente, eso de sacrificarse por el colectivo internacional es digno de los grandes reinos, pero solamente en las fábulas.

Por algunos años, ni Estados Unidos creyó que el gobernante del nuevo reino mantendría la política de restringir la producción petrolera. Las reacciones tardías demuestran que realmente las empresas transnacionales nunca creyeron en las amenazas en contra de sus negocios en Venezuela. Incluso podría decirse que estaban felices con la nueva forma de elegir a dedo los socios internacionales, pues ya no tendrían que medirse en ninguna licitación pública con sus competidores. Simplemente bastaría presentarse en uno que otro programa de televisión, hacer bulto en los eventos y financiar una que otra actividad social. Cuando los impuestos comenzaron a subir y se les puso un plazo para revertir sus contratos a nuevos términos, era demasiado tarde para poner límites al poder renovado se les venía encima, impulsado con los precios del petróleo. Acorralar a las empresas internacionales fue relativamente fácil, porque en estos países nadie rechaza un buen discurso nacionalista, ni hay todavía una empresa internacional dispuesta a despreciar un yacimiento petrolero, por muy alto que sea el riesgo.

La ecuación política es bastante simple: si 2 millones de barriles diarios de petróleo eran buenos a 20 dólares por barril, pues es mejor cuando sube a 60 dólares. De allí que la curiosidad inicial pasó a convertirse en un interés estratégico para todo el continente. Vital para Cuba, Argentina, Paraguay, Uruguay, Jamaica y otras pequeñas naciones, cuyas economías no resistirán el costo actual y futuro de la factura petrolera.

Solamente ha cambiado la bandera política, la cual ha sustituido la defensa de los precios por la integración latinoamericana, lo cual demanda nuevos sacrificios para el rico reino petrolero.

Cuba fue uno de los primeros países en aceptar y materializar el desinteresado sacrificio del nuevo reino latinoamericano. Cuba obtiene 98 mil barriles diarios de petrolero, cuya factura puede pagar en especies y servicios y, adicionalmente, un extraordinario financiamiento a 15 años y al 2% de interés del 25% del valor de cada barril. Mientras mayor es el precio del petróleo, mayor es el beneficio para Cuba y el sacrificio para Venezuela.

Seguramente el acuerdo petrolero con Cuba se renovará en octubre de este año y, por supuesto, se incorporarán las ventajas obtenidas por los nuevos países que pasaron a formar parte de la corte real petrolera. Por lo menos Cuba aspira a que el plazo del financiamiento a largo plazo se extienda a 25 años; la tasa de interés baje de 2% a 1%; se eleve el porcentaje de financiamiento y que se formalice el aumento del volumen del suministro, que originalmente era de 53 mil barriles diarios.

Nada menos puede exigir el compromiso de la integración petrolera latinoamericana, la cual por cierto es una idea original de Fidel Castro, propuesta sin éxito en Venezuela en los años 70, cuando se presentó la primera crisis de suministro mundial por eventos políticos en el medio oriente y los precios del petróleo comenzaron a subir.

“Venezuela, con los extraordinarios recursos financieros que pueda movilizar como fruto de una firme y victoriosa política petrolera, podría hacer por la unión, integración, desarrollo e independencia de los pueblos de América Latina, tanto como lo que hicieron en el siglo pasado los soldados de Simón Bolívar”. Si le parece conocido y reciente el concepto, antes de hacer cualquier conjetura apresurada, se recomienda leer el discurso de Fidel Castro en la Habana, pronunciado el 28 de septiembre de 1974 con motivo del XIV aniversario de los comités de defensa de la revolución. Allí Castro se deshace en alabanzas hacia Venezuela, gobernada en ese entonces por Carlos Andrés Pérez.

En este discurso se encuentra la esencia de la idea de la integración petrolera, desde el punto de vista de un régimen que recibía todo el apoyo económico, petrolero y político de la Unión Soviética en pleno apogeo de la Guerra Fría. Castro decía entonces: “El gobierno de Venezuela ha respondido con energía y dignidad al discurso del presidente de Estados Unidos. Sin embargo, sólo unos cuantos países latinoamericanos, varios de ellos productores de petróleo o exportadores potenciales en el futuro, le han dado su respaldo. Muchos gobiernos han guardado silencio. Cuando Venezuela nacionalice el hierro y el petróleo en un futuro próximo –como lo ha proclamado su gobierno–, es de suponer que la política imperialista hacia Venezuela se endurezca”.

Entonces, ni las lisonjas ni el interés son nuevos. El discurso se ha desempolvado, pero hasta el momento únicamente Venezuela ha caído en ese engaño. Ningún país petrolero lo secunda en eso de financiar 40% de la factura petrolera, al 1% de interés, como se hizo recientemente con Jamaica. Cuánto habrá tenido que rogar el nuevo reino ante la orgullosa Jamaica para que aceptara tal prebenda a cambio de apoyar la incipiente integración petrolera.

Entre los productores de petróleo, Venezuela está sola en esa política. Los gobiernos de Trinidad y Tobago, México, Bolivia, Colombia, Argentina o Brasil no están dispuestos a regalar petróleo y gas. Tal pretensión acabaría de inmediato con sus gobiernos. Vicente Fox lo dijo claramente el año pasado cuando renovó con Venezuela el Acuerdo de San José. “México no dará subsidios en materia de exportación de petróleo a otras naciones. México no dará a otros lo que no otorga a los propios mexicanos”. Por cierto, esta posición se mantiene, aunque la renovación de este acuerdo se ha tardado un poco este año por dos razones: la primera, por petición del gobierno venezolano, pues no quería opacar la firma del convenio con Jamaica, isla que por cierto también está incluida en el Pacto de San José. Y la otra, porque México ha insistido en revisar el esquema de financiamiento, por supuesto, a favor de la economía mexicana.

Según los analistas internacionales el precio del petróleo continuará alto por lo que resta del 2005, y para el 2006 pronostican que no será inferior a 60 dólares, así que el nuevo reino petrolero tendrá larga vida, al menos tiempo suficiente para que la idea de integración de Fidel Castro se popularice entre los países del continente que quieren abaratar la factura petrolera. Después de todo, a Cuba la regalía petrolera venezolana le ha servido para recuperar su economía y romper al fin el bloqueo norteamericano. Un ejemplo a seguir. A cambio solamente hay que complacer, temporalmente y mientras sea conveniente, los delirios de grandeza continental del naciente y todopoderoso reino petrolero venezolano.



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